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Mi tuit transfóbico


«Es evidente que la prohibición del aborto no afecta a las mujeres con pene, razón por la cual conviene seguir llamando “mujeres” a las que nacimos con coño y matriz, y “mujeres trans”, a las mujeres trans».

Desde que escribí ese trino ––que luego borré–– no he tenido paz. Debo revisar varias cosas. El error más evidente es la deducción arbitraria, pues la prohibición del aborto no tiene nada que ver con la creciente presencia de personas trans en los feminismos, que es el asunto del que me quiero ocupar en este artículo.

Según la perspectiva de las feministas radicales, la mujer “verdadera” es aquella que nace con características anatómicas específicas que constituyen un sexo biológico femenino científicamente evidente y comprobable, y que negarlo equivale a una especie de terraplanismo totalmente absurdo. Las personas que nacen con genitales y sistema reproductor masculino y “se sienten mujeres” no lo son esencialmente y lo que están haciendo al tratar de legitimar ese “sentirse” es borrar la identidad sexual de la mujer, quitarle agencia y debilitar su poder para defender las luchas basadas en la opresión que el patriarcado ha ejercido históricamente sobre las mujeres por causa exclusiva de su sexo biológico. Aseguran que las mujeres trans en realidad son machos que, al apropiarse del espacio político y físico que corresponde a las mujeres por derecho propio (y que tanta sangre, sudor y lágrimas les ha costado conquistar), conseguirán dinamitar las victorias feministas, al modo del caballo de Troya. “El transhumanismo es el verdadero enemigo”, le he escuchado decir a Amelia Varcárcel, académica española y una de las mamagrandes del feminismo crítico del género. Según ella, el discurso “queer” (como se llaman la teoría y el movimiento social que cuestionan el esencialismo y el binarismo biológico, y reivindican las disidencias sexuales y de género) se convierte en un problema ético de carácter universal pues, entre varias consecuencias, abre el camino para que se intervengan hormonalmente los cuerpos de adolescentes, con disforia de género o simplemente homosexuales, que no tendrían que ser sometidos a lo que ella llama extravagancias que exacerban los estereotipos de los roles de género. Otra parte de los feminismos acepta que las personas trans deben defender y lograr políticas públicas para su propio colectivo, pero no hacerlas pasar como parte de la agenda feminista. Pues, si se pretende eliminar la palabra “mujer” del código penal para reemplazarla por “persona menstruante” o “persona gestante”, ¿también está contemplado eliminar el término “hombre” y sustituirlo por “persona con próstata”?

La abogada penalista y feminista radical Helena Hernández considera que la confusión entre sexo y género ha ocasionado problemas graves, incidiendo en el retroceso de los derechos de las mujeres. Por ejemplo, hombres maltratadores que en Estados Unidos se han identificado como mujeres y se encuentran en cárceles de mujeres, las han violentado; o lo sucedido en las competencias deportivas y la inclusión de hombres en categorías de mujeres. La doctora Hernández considera impreciso hablar de la identidad sexual de las mujeres, pues el sexo no es una identidad sino una realidad material, por lo cual “«sexo biológico» es una redundancia”, asevera. Para las radicales, el sexo biológico incide sustancialmente en el tipo de violencia que se ejerce. La abogada Hernández expone que el feminicidio, por ejemplo, es un delito que se basa en la realidad de las mujeres por su sexo, realidad que sufrimos desde que nacemos y que puede concretarse en ese acto criminal, el más despótico y machista posible. El feminicidio está considerado como tal en instrumentos internacionales como el Comité para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) y la Convención Belém du Pará y ha significado una lucha muy larga, de manera que el feminismo radical no está dispuesto a que la categoría del sexo se someta a discusión, pues eso significaría un gran paso atrás. Los derechos que se consiguen no tienen porqué soslayar los alcances de grupos poblacionales que han sido discriminados y oprimidos, como las mujeres. “La legislación colombiana ––sigue diciendo Helena––equivocadamente incluyó también la violencia transfóbica en este delito, cuando se trata de dos tipos de violencia distintas; la violencia transfóbica no puede explicarse bajo el fenómeno del feminicidio. En materia penal hay que insistir en que conceptualizar y diferenciar no es el problema sino todo lo contrario. Ese es precisamente el reconocimiento que se busca: nombrar la violencia y realidad particulares que es lo que permite que luego se creen políticas públicas y se generen derechos”. Ahora, pregunta la abogada Hernández: “¿por qué cuestionan la realidad de las mujeres, o sea, aquella que vivimos desde que nacimos?¿será tal vez porque, quienes lo hacen, son hombres? Porque mucho nos dice que no sean los hombres trans quienes estén hostigando y censurando. El sexo no se asigna; se observa. El sexo es una categoría biológica, controlada genéticamente. Es dicotómico e inmutable. Está en nuestras células, órganos y tejidos. El sexo se determina a partir de los cromosomas sexuales (XX o XY) que son los encargados de controlar el desarrollo sexual embrionario. El género sí es una construcción social empleada por el mecanismo patriarcal para subordinar a las mujeres. De otro modo se cae en la confusión de sexo y género. ¿El enfrentamiento es porque se reconozcan los géneros? ¡Pero si eso ya está resuelto! Pueden inventarse y crear todos los géneros posibles, todas las formas de ser anheladas, ya que el libre desarrollo de la personalidad implica que la persona se exprese y desarrolle como lo desee ¡pero no se puede confundir sexo con género!”.


Mi tuit se sostenía sobre esta postura biologicista que no termino de desechar del todo, pues sí me inquieta que se vulneren los logros que el feminismo ha conseguido. Pero no es menos importante escuchar muy atentamente los argumentos que se contraponen al feminismo radical, aportados por Juliana Martínez, profesora de género, sexualidad y estudios culturales de American University, quien, dicho sea de paso, me ayudó a precisar conceptos y términos completamente desconocidos por mí. Se trata básicamente de lo siguiente:

Las categorías hombre/mujer (entre otras categorías de género), según el planteamiento trans, están basadas en el sentimiento profundo y consistente que cada persona tiene, no en una supuesta esencia biológica. Por eso, para el pensamiento trans, las categorías “hombre” y “mujer” son construcciones culturales y políticas, tanto en lo que atañe al sexo como al género. Es decir, el sexo físico también está sujeto a interpretaciones, pues la ciencia misma, a su vez, está adscrita a paradigmas epistemológicos que responden a mandatos políticos y culturales. El binarismo es simplista y aprisionante, ya que la identidad de un ser humano va mucho más allá de la genitalidad y comprende infinidad de aspectos que exceden el factor biológico. Vivimos lo masculino y lo femenino de acuerdo con unos parámetros que el sistema binario heteropatriarcal occidental dispuso e impuso como principios naturales y normales. Dicho orden determinó la manera en que se debe manifestar, funcional y socialmente, tanto lo que se considera femenino como lo masculino. Aunque en esto último ambas posturas coinciden, lo que hace el movimiento trans es mostrar que nacer con un sexo biológico determinado no hace que la persona sea genuinamente hombre o mujer (hay personas que nacen con ambos sexos y el sexo “definitivo” es decidido en el quirófano). No hay tal esencia. Existe, además, una multiplicidad de géneros con los cuales la subjetividad humana puede identificarse, para lo cual el sexo biológico resulta totalmente irrelevante. El sexo biológico, en últimas, no determina quién se es.

El tema, como puede verse, es de una complejidad imposible de abordar en esta columna. He procurado explicármelo a mí misma por escrito y de una forma bastante reduccionista, por cierto. No obstante, después de investigar y de conversar con personas que conocen bien la discusión, me quedo con esto: no tengo ningún contacto cercano con personas trans ni con su mundo. No es suficiente mi fascinación por la obra de Paul B. Preciado (filósofo trans) o los testimonios de hombres y mujeres trans que consulto en videos, para hablar con suficiente comprensión sobre el proceso que viven. Pero también, como mujer parida dentro del sistema patriarcal, he vivido una realidad específica que me ha marcado por haber nacido “niña”. La vida concreta desafía cualquier intento de academizarla, motivo por el cual, en este momento prefiero poner mi atención sobre lo que la sociedad está proponiendo en su vida diaria, cada vez de forma más explícita.

Mi amiga periodista “anarco-feminista artesanal” Mar Candela me hizo dudar sobre la presunta orquestación del movimiento trans para acabar con el feminismo o con la mujer como sujeto de derechos. Ella utiliza esta pregunta: si se tratara sólo de una extravagancia o capricho ¿cómo se explica que una persona de sexo masculino (o asignado como tal al nacer) elija identificarse públicamente como una mujer, aun a costa de la terrible discriminación que ello implica, o sea, renunciando al privilegio de ser un macho? ¿Cómo decide hacerlo corriendo el riesgo de morir en el intento, si recordamos que la expectativa de vida para las mujeres trans en Latinoamérica es de 35 años? ¿No podría interpretarse aquello como un sentirse abrazado por lo femenino, o lo femenino como refugio de una identidad que se resiste a vivir de acuerdo con los códigos masculinos impuestos? ¿No podría interpretarse lo trans como una de las más radicales formas de resistencia al patriarcado? ¿No podría el patriarcado sentirse boicoteado ––desde adentro–– por hombres trans que deciden proponer formas nuevas e insurgentes de masculinidad? Y pregunto yo: ¿no están proponiendo los cada vez más numerosos jóvenes femeninos, andróginos y de géneros fluidos, reventar de una vez por todas el concepto de género que tanto daño ha hecho a “las mujeres de verdad”? ¿Será posible devenir en una sociedad sin géneros en la cual haya que superar, incluso, el feminismo?

Mónica Sánchez Beltrán, también anarquista, correctora de estilo de margaritavasola.com, cuando estaba haciendo lo suyo con esta columna, me dio una opinión interesante. Ella es tajante al afirmar que toda esta discusión, estéril por demás, es importada del feminismo europeo que asume a la mujer como única víctima del patriarcado y al hombre, su beneficiario absoluto, mientras olvida que el verdadero enemigo es el patriarcado. “Las feministas europeas aspiran a ser hombres y a administrar ellas mismas el patriarcado, no a desmontarlo”, asegura. Considera que ese sistema de dominación institucionalizado es lo que nos ha dividido, enfrentado y asignado funciones contranatura; no habría que hacerle ningún caso ni pedirle permiso para todo ni perdernos en discusiones que profundizan la fosa que nos separa y subdivide en cada vez más letras del alfabeto. “Eso ya está resuelto: todos somos yin-yang”.

Yo, al menos, me he propuesto, gracias a este episodio, tener mucho cuidado al adoptar cualquier posición que sugiera la segregación de personas. Estamos hablando de seres humanos en toda su complejidad antes que cualquier cosa y, por lo tanto, el asunto debe comprender algo mucho más simple y básico como el ser capaz de ponerse en los zapatos del otro, o mejor, admitir que "el otro" es un alguien completamente distinto y, por razón de esa otredad, aceptar que jamás comprenderemos totalmente los contenidos de su subjetividad. No sé si el problema pueda reducirse al derecho que todos tenemos de vivir una vida libre de violencias. ¿Qué es lo realmente amenazante en el hecho de que los seres humanos se perciban a sí mismos y se muestren socialmente por fuera de lo normado? Parece que no es ese el problema para las radicales, como ya lo vimos.

Sinceramente, qué difícil es para mí escribir sobre esto tomando una posición. Me declaro abiertamente tibia al respecto. Lo más importante es que mi tuit haya servido como pretexto para que este tema sea discutido públicamente una vez más. De corazón quisiera que todas, todos y todes tuviéramos derecho a ser quienes somos y que no nos maten por ello. ¿Cómo hacemos para remar hacia el lado de la dignidad humana y la no discriminación, sin descalificar los sentires, las identidades y los derechos que todos los seres humanos tenemos?

Por lo pronto, aviso a quien haya tenido la generosidad de quedarse leyendo este ladrillo que, desde la plataforma digital Sentiido —especializada en aportar conocimiento y capacitación sobre género, diversidad sexual y cambio social— su equipo directivo, Juliana Martínez (directora de investigaciones y profesora de género, sexualidad y estudios culturales de American University), Lina Cuéllar (directora y doctora en Historia) y María Mercedes Acosta (editora general, periodista y magister en periodismo digital), a propósito del trino de la discordia, me propuso convocar una sesión de Space en Twitter para poner de nuevo el tema sobre la mesa pública. Espero que asistan personas de todos los géneros habidos y por haber, con el propósito de conversar sobre estas preguntas, formular otras, y así seguir ampliando el horizonte de comprensión de un mundo acerca del cual muchos no tenemos la menor idea. Si algo es transfóbico (de eso sí no tengo duda) es querer seguir ignorándolo.


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