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¿Libertad?



Ni siquiera en el significado de este término podemos ponernos de acuerdo. La discusión comienza con la pregunta sobre si ser libre es posible para un ser humano. Este es un concepto que la filosofía explora constantemente. Algunos han pensado que no existe la libertad porque ya tenemos un destino marcado. Otros, que sí se puede experimentar la libertad a través de cualquier acto creativo. También están los que piensan que, por mucho que estemos condicionados cultural y socialmente (pues son esas estructuras las que realmente están decidiendo por nosotros), el ser humano tiene el deber ético de asumirse como si fuera libre, aunque solo lo esté imaginando. Kierkegaard, por ejemplo, pensaba que la angustia surge como un anuncio de la posibilidad de ser libre porque la libertad es infinita y brota de la nada; y para Kant, ser libre es ser capaz de obrar según la propia razón. Hace rato leí una definición simple de libertad: “no tener miedo”. ¿Acaso la libertad se puede definir o encuadrar en una imagen?

Yo navego entre todas esas enunciaciones. Si pensamos en una suerte de libertad funcional, quiere decir que dentro del circuito cerrado de servidumbre que supone el orden político mundial podemos hacer de cuenta que somos autónomos y consolarnos con nuestras aparentes decisiones propias. Me inclino a pensar que es tal el condicionamiento con el que estamos acostumbrados a vivir, que hemos comprado el concepto de libertad en la misma feria en donde se promueve la esclavitud. Por eso tampoco me sirve de consuelo creer en el arte como un medio único de emancipación, pues éste también es hijo legítimo de la cultura formadora de su propia resistencia, aun en su expresión más rebelde.

A diferencia del amigo Kant, considero que la razón es el primer impedimento para ser libre. Creería que, al ser la consciencia inevitablemente construida por nuestra historia, resulta un factor coercitivo de primer orden. La libertad, para que sea ella misma, no podría ser objeto de la consciencia. De acuerdo con lo anterior, quizás los otros animales son libres en su sentido más puro; ni encadenados pierden su potencia instintiva, fuerza vital sólo obliterada por extraños pero jamás por ellos mismos. De modo que, la mala noticia que me estoy dando en este imperiódico es que, mientras seamos seres pensantes, jamás seremos realmente libres.

Dicho esto, me burlo de mi propia intención de abrir este cambuche dizque para escribir lo que yo quiera sin jefe ni perro que me ladre. Sé que seguiré sometida a mis propios prejuicios, tan occidentales y patriarcales ellos, y estaré encerrada en la limitada perspectiva desde donde observo, muchas veces desatentamente, lo que me rodea. Pero de una cosa mínima sí me siento muy contenta: nadie me está pagando por escribir aquí y por eso no me pueden volver a insinuar que me van a despedir si sigo cuestionando la ética del patrón. Sólo de esta forma puedo acercarme un poco más a aquello de expresarse "libremente".



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